Hace unos días viendo la televisión, pude ver un anuncio de una ONG en el que aparecía una fila de niños esperando a ser vacunados, uno de ellos, que tendría unos seis años, se acercaba a la persona que le iba a vacunar y se levantaba la manguita de la camiseta para facilitar la labor…
Ningún adulto tenía que sujetarlo y en su carita no había expresión de miedo.
Pensé… Uaaaauuuuuhhh, yo quiero ser la enfermera que le puso la anterior vacuna, y también quiero saber que aguja utilizó… porque a aquel pequeñajo no le importaba que le pincharan.
Esto fue uno de los días previos a mi marcha de vacaciones.
Este año nuestro destino ha sido Asia, es la segunda vez que vamos por ese continente y el contraste cultural es abrumador, o al menos a mí, me lo parece.
Son tantos los estímulos que te llegan cuando estás en una cultura diferente, que si preguntara a todas las personas que formábamos el grupo por lo que más nos sorprendió, habría respuestas diferentes.
En mi caso por profesión y por devoción, mis ojos siempre se paran para observar una escena donde haya un niño.
Durante una de las visitas que hicimos a un mercadillo birmano, me esforcé por absorber y aprender de todo lo que me rodeaba, e intenté imaginar qué problemas de crianza podían tener aquellas mamás…
Porque en ese contexto, la mayoría de las preguntas que me hacen los padres en mi consulta, perdían todo su sentido…
Allí, toda la sacrosanta ciencia occidental de como criar a un bebé, se hace añicos…
Si me preguntáis desde mi punto de vista que es mejor, si aquella situación o la nuestra, me decantaría por una situación intermedia.
En aquel lugar si pudiera, añadiría simplemente higiene, porque por lo que vi, de lo demás tenían de todo…
A esas madres les sobraban tranquilidad y confianza, y los bebés seguían siendo bebés y se comportaban como tal, y como podéis ver en las fotos, infelices no parecen…
Otra cosa de la que por desgracia carecen es de un buen sistema sanitario, y de vacunas.
Durante el viaje conocimos varios hospitales donde acude la mayor parte de la población infantil, estos hospitales funcionan gracias a donativos.
Y solicitan que estos donativos continúen para poder vacunar a los pequeños de su zona.
Cuando estos niños tienen posibilidad de recibir una de esas vacunas, para ellos es una fiesta…
Por contra.. ¿Qué es lo que ocurre en nuestras consultas?
En muchas ocasiones las madres tienen que venir acompañadas, porque les resulta muy duro ver como pinchamos a su pequeño.
Y en alguna ocasión no soportan estar dentro de la consulta, y dejan al pequeño con otro adulto … la vacunación se convierte en un auténtico drama, que los niños por supuesto perciben.
→¡La frase que más se repite es “Pobrecito”!! A lo que sistemáticamente, yo respondo… Pobrecitos son los que no tienen la posibilidad de vacunarse.
Las enfermeras, y es nuestra obligación, intentamos mejorar nuestras técnicas y conseguir que las vacunas duelan un poquito menos.
Le ponemos mucho cariño, aunque la aguja no la podemos quitar.
Pero la actitud del adulto que le acompañe sera fundamental para que el niño llore más o menos.
De la misma forma que cuando un niño se cae, ¿cuándo creéis que llorará más, cuando la mamá, abuela… etc, se levante asutada a cogerlo, corriendo y gritando… o cuando simplemente lo observe y si ve que no se ha hecho daño lo deje seguir jugando?
Todos los días deberíamos celebrar como una gran fiesta que todos aquellos padres que quieran vacunar a sus niños puedan hacerlo. Os aseguro que el daño que les hacemos con el pinchazo no es mucho mayor que el daño que se hará cuando se caiga o se dé un golpe, mientras juega.
Así que alegrémonos de lo que tenemos. Tener la posibilidad de vacunar a nuestros niños es una bendición, no un drama.